Es difícil dejar de pensar y acompañar en el dolor a las familias de Valencia. Es devastador pensar en cómo un desgraciado accidente cercena vidas y sueños. Cómo el implacable fuego borra los recuerdos y reduce todo a cenizas.
Lo injusto que tiene dar por hecho y por seguras tantas cosas en nuestra vida cotidiana. La suerte que tenemos de tener profesionales que arriesgan su vida hasta casi las últimas consecuencias en el trabajo que desempeñan. Benditos bomberos.
Lo solidarios que somos en nuestro país y la extraordinaria gente que lejos de arredrarse da un paso al frente y supera las expectativas que exigen las circunstancias como el portero de la finca. Todos queremos ser valientes como Julián.
He sido responsable de mi comunidad durante muchos años y he comprobado la poca información y la poca importancia que damos a nuestra seguridad cuando se trata de inversión y no parece atisbarse grave nada en el horizonte. No hacemos simulacros, poco sabemos de los sistemas contra incendios, pocos sabemos incluso de si sonará la alarma o no.
De manera que tampoco sabremos cómo reaccionaremos. Si actuaremos de inmediato sin dudarlo y con conocimiento. Si dudaremos y huiremos. Si ni siquiera ayudaremos a los que tenemos cerca y podemos, después de protegernos o si pensaremos que mejor intervenga otro.
Nuestro comportamiento puede variar ampliamente pero depende en gran medida de nuestra cultura social y lo que enseñamos y aprendemos sobre las emergencias, el grado de responsabilidad que asumimos en nuestra vida y de si lo hemos pensado y reflexionado previamente. Creo que merece a pena que entre todos pongamos bastante más atención a esto. Se lo debemos.


