Es escalofriante comprobar el grado de deshumanización que puede producirse en las personas en determinadas circunstancias, en muchas por mera conformidad.
La oscarizada “La zona de interés” debería ser fruto de visionado y debate en todos los institutos del mundo para mediante su original perspectiva poder entender cómo llegan a producirse las aberraciones y crueldades que reproducimos en los conflictos humanos.
Muchos pensamos que el Holocausto es tan increíblemente brutal que es difícil que vuelva a repetirse pero si vemos que las mismas estrategias y semejanzas existen en las guerras actuales y los conflictos entablados, no parece tan improbable.
Cuando uno ve esta película es imposible no pensar en otras referentes vista desde un punto infantil pero es tan bestial asistir a la normalidad de algo tan difícilmente imaginable que asusta y merece una incómoda reflexión.
Es fácil rescatar en cada minuto a Arendt, a Frankl o cualquiera que haya reflexionado sobre el mal y el Holocausto. Podemos fácilmente comprobar cómo esta situación puede ser escalofriantemente extrapolable. Lo tranquila que parece la vida al otro lado del muro que ansiosamente construimos y que en realidad solo responde al miedo.
El enorme peligro de los discursos que deshumanizan a las personas tratando de abrir brecha entre el “ellos” y “nosotros” y que se siguen sin cuestionamiento, ha devastado países con la aquiescencia de todos, con la única intención de poder y por supuesto obligado sexo, a costa de las mujeres.
Quizá porque como dice Niëmoller como no venían a por nosotros, no hicimos nada y seguíamos nuestra vida como si en un mundo híperconectado pudiésemos tirar de los cables y apagar la conexión para volver a un medievo en el que nuestro radio de acción fuesen cincuenta kilómetros alrededor de casa.
Ni nuestros jóvenes y niños merecen que esas decisiones las tomen quienes apenas tienen futuro por delante. Ni podemos quedarnos impasibles entrando en el marco de los que teniendo un enemigo al que combatir solo buscan con su sesgo de confirmación seguir viviendo tranquilos, sin responsabilidad sobre ese efecto y fácilmente aborregados entorno a fabricado enemigo común.
Obviando que el propósito de la vida no es otro más que ser felices y hacer felices a los demás con nuestra pequeña aportación diaria. Para eso no es necesario el miedo ni el enemigo.