UNA ODA A LA EXAGERACIÓN

No hay comunicador que se precie y que quiera sobresalir en menos tiempo que el que sobreactúa. Ahora el histrionismo no solo es aceptado, sino aplaudido con fervor en cada esquina de nuestra esfera mediática.

Desde los coloridos platós de la crónica rosa, hasta las encendidas discusiones de los programas de fútbol y los debates políticos que podrían rivalizar con cualquier obra de nuestra querida Gran Vía, el histrionismo reina supremo.

Todo empezó en el glorioso universo de la crónica rosa, donde cada lágrima tiene su guionista y cada escándalo está más inflado que un globo y cuando se acaban los temas, los protagonistas acaban siendo los propios presentadores.

Empezaron siendo periodistas, y ahora son actores, cada gesto de indignación está tan cuidadosamente coreografiado que pueden convertir una simple compra de pan en el último gran drama nacional.

Siguió con los programas de fútbol, esos templos de la testosterona donde los comentaristas parecen estar a punto de entrar en combate a lo Gladiator con cada gol y en los que ahora cada gol que no sube al marcador o falta no pitada da lugar a unos momentos a lo Escarlata O’Hara dignos de Oscar.

Para acabar en la política televisada. En esta arena, el histrionismo es la espada y el escudo de cada político, expertamente utilizado para transformar debates sobre políticas públicas en confrontaciones personales cargadas de emociones. En los que los más histriónicos llegan a ser ministros o presidentes y los que no, a compartir tertulia para hablar de las parejas y familiares de los demás.

Quién necesita argumentos sólidos y políticos serios cuando se tienen acusaciones espectaculares. No importa la sustancia, mientras el espectáculo continúe. Mientras, sigamos celebrando el caos de la sobreactuación. Todo será decir y nada hacer. Y el casting será en un teatro seguro.

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