El profesor Arthur C. Brooks, científico, divulgador en Harvard y escritor de varios libros sobre los secretos de la felicidad, habla de que uno de los tres ingredientes esenciales para nuestra felicidad, el disfrute, el que se consigue compartiendo nuestras experiencias más placenteras con otros.
Sobre ese compartir quiero reflexionar. Vivimos unos momentos en los que compartir ha adquirido nuevos matices. Es común ver imágenes de momentos felices en redes sociales, pero pensemos en cuál es la verdadera esencia de compartir. La diferencia entre compartir físicamente con las personas e involucrarlas en una experiencia o simplemente publicar lo que hacemos en redes sociales es enorme.
Compartir momentos con las personas que amamos, en la misma situación, tiene un impacto profundo en nuestra felicidad. Es en esos momentos cuando las risas, los abrazos y las miradas cómplices crean recuerdos imborrables. Involucrar a otros en nuestras experiencias fomenta conexiones más profundas, fortalece relaciones y construye una red de apoyo emocional. Estos momentos compartidos nos hacen sentir vistos, valorados y queridos.
Por otro lado, compartir en redes sociales tiene un alcance diferente. Publicar nuestras experiencias puede generar una satisfacción temporal, pero carece de la profundidad emocional que brinda el contacto directo. En las redes, las interacciones suelen ser superficiales y no siempre reflejan la realidad de nuestros sentimientos. Aunque puede ser agradable recibir «me gusta» y comentarios, esto no sustituye la calidez de una conversación cara a cara.
La verdadera felicidad radica en compartir con los demás, no solo nuestros logros, sino también nuestras emociones y experiencias. Invitemos a las personas a ser parte de nuestras vidas de manera real y significativa. La conexión humana, esa que se siente y se vive, es el verdadero motor de la felicidad. Vayamos más allá de las pantallas y disfrutemos de la magia de estar presentes en todos los sentidos.


