LA DISTOPÍA DEL RECONOCIMIENTO FACIAL

“Fantasmas de Beirut” es una serie en la que uno se da cuenta de la importancia de saber quién es físicamente alguien. Sobre todo si es una de las personas más buscadas del mundo.

Si no poseemos esos datos es posible que encontrarle sea una laboriosa tarea. Entonces llevó una década pero ahora con nuestro histórico en redes sociales y la participación pasiva y cómoda en los numerosos programas de reconocimiento facial en marcha solo nos queda leer “ A quién pertenece nuestra cara” y comprobar qué implicaciones puede tener en el largo plazo.

Cualquiera puede imaginarse su uso beneficioso para atacar el crimen y aumentar la seguridad pero a la vez podemos imaginar distopías Orwellianas de control gubernamental social, el Gran Hermano, con implicaciones éticas y políticas o en el mejor de los casos , el pequeño hermano, el del mero cotilleo y diversión del personal.

Es el caso de la empresa pionera estadounidense Clearview, la punta del iceberg de un negocio que lleva recopilando datos con y sin consentimiento de las personas hace años y vendiéndolos a empresas y gobiernos para “principalmente” fines de seguridad.

Además de utilizarla para encontrar criminales y personas desaparecidas, sus propios trabajadores buscaban información sobre personas con quienes tenían intereses personales o incluso románticos.

El reconocimiento facial se usa constantemente en espacios públicos por lo que podemos decir adiós a la privacidad sin pensar demasiado pero imaginando quiénes miran esas grabaciones y para qué.

Y si son estos, los gobiernos, los que deben exigir y proporcionar una regulación transparente, los ciudadanos debemos informarnos de nuestros derechos, entender el consentimiento que autorizamos y sobre todo las implicaciones que tiene.

El uso abusivo del reconocimiento facial puede incluir el seguimiento de movimientos de individuos sin orden judicial, la discriminación selectiva en espacios públicos y la invasión de la privacidad personal con fines comerciales o políticos sin el consentimiento del afectado. Aquellos términos que nos suenan lejanos como “disidentes” por ejemplo podrían llegar a ser una realidad muy cercana.

No hay más que leer las palabras del Premio Nobel de Literatura chino Gao Xingjian “Necesitaba un nido, un lugar donde refugiarse, donde pudiera escapar de los demás, un hogar para él solo, para preservar su intimidad sin que lo vigilaran”

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