Cualquier política pública parece frívola cuando miras hacia ciertos lugares del mundo. Hace muchos años organicé una mesa redonda sobre la situación de las mujeres en lugares de conflicto en el mundo. Una afgana se desgañitaba pidiendo que no saliesen de su país las fuerzas internacionales que protegían sus seguridad.A pesar de todo, lo hicieron. 

La situación de las mujeres afganas es una dolorosa llamada de atención para el mundo entero. Querer silenciar su voz en público ha hecho que muchas se jueguen la vida cantando como llamada de atención y auxilio. 

Desde la toma del poder por los talibanes, los derechos básicos de las mujeres y niñas han sido brutalmente restringidos, privándolas de educación, empleo y libertad de movimiento. Este retroceso en sus derechos fundamentales no solo es una violación de su dignidad, sino también un ataque a los valores universales de igualdad y justicia. A los de todos. 

La comunidad internacional, en un mundo globalizado,  no puede permanecer indiferente ante esta crisis humanitaria. La responsabilidad de proteger no es solo un principio teórico; es un compromiso ético y moral con aquellos que sufren violaciones graves y sistemáticas de sus derechos humanos. 

Es hora de pasar del discurso a la acción. No seguir permitiendo la vergüenza que supone un régimen que trata a la mitad de su población de manera tan injusta y cruel.

Debemos exigir a nuestros líderes que implementen medidas concretas para apoyar a las mujeres afganas, ya sea a través de sanciones específicas, presión diplomática o apoyo a las organizaciones locales que trabajan en defensa de sus derechos.

Cada paso cuenta. Cada voz suma. El silencio y la inacción solo perpetuarán el sufrimiento. Es nuestra responsabilidad colectiva proteger y amplificar las voces de las mujeres que tenemos cerca y exigirlo para las afganas, recordando que su lucha por la dignidad y la igualdad es también nuestra lucha. No podemos fallarles de nuevo.