La amabilidad es una de las fuerzas más subestimadas y poderosas que tenemos. A menudo pensamos en ella como algo sencillo o “extra”, algo que hacemos solo cuando tenemos tiempo o energía de sobra o con quien nos interesa. Pero la realidad es que la amabilidad no solo transforma a quien la recibe, sino que también tiene un profundo impacto en quien la practica. Estudios en neurociencia emocional demuestran que el simple acto de ser amable libera oxitocina y endorfinas en el cerebro, reduciendo el estrés y fomentando una sensación de bienestar. Recordemos en el “Día de la Amabilidad” que practicarla es, en cierto modo, una medicina emocional.
La amabilidad nos conecta, y en un mundo donde las interacciones son cada vez más digitales y menos personales, este poder de conexión es invaluable. Un acto amable, por pequeño que sea, tiene un efecto dominó. Imagínate una sonrisa sincera, un cómo estás real o ayudar a alguien que lo necesita puede cambiar la perspectiva de una persona y crear una cadena de amabilidad que llega mucho más lejos de lo que imaginamos. Ser proactivo y no esperar a que lo sean los demás tiene recompensa.
Te propongo una práctica sencilla para incorporar la amabilidad en tu día a día, cada mañana, establece la intención de hacer un acto de amabilidad consciente. No tiene que ser algo grande, un pequeño gesto cuenta. Puede ser escribir un mensaje de agradecimiento, ofrecer ayuda, o simplemente sonreír a alguien que te cruzas. Lo importante es hacerlo con plena intención, recordando que estás contribuyendo a crear una energía positiva.
Al final del día, dedica un momento a reflexionar sobre ese acto de amabilidad: ¿cómo te hizo sentir? ¿Cómo crees que impactó a la otra persona? Haz que esta práctica se convierte en un hábito y notarás cómo, poco a poco, la amabilidad transforma tu visión del mundo y fortalece tus relaciones. Practicar la amabilidad es regalarle al mundo y a ti mismo, un poco más de paz.
¿Se necesita o no?


