LA MALENTENDIDA LEALTAD POLITICA 

La lealtad es uno de los valores más nobles, pero también uno de los más malinterpretados, especialmente en la política donde se exige siempre a nivel personal con el líder o el partido. 

Para un político, la lealtad no debe confundirse con obediencia ciega o sumisión a intereses partidistas. La verdadera lealtad reside en el compromiso con los ciudadanos, quienes depositan su confianza esperando que sus necesidades y derechos sean priorizados por encima de cualquier otra consideración.

Ser leal al partido puede ser importante en tanto que el partido representa una visión compartida de progreso, pero cuando las prioridades del partido o sus dirigentes entran en conflicto con el bienestar de la ciudadanía, un político debe tener claro dónde recae su verdadera responsabilidad. El ciudadano debe estar en el centro de toda decisión, porque es su vida y futuro lo que está en juego.

La lealtad, en su esencia, consiste en actuar con integridad y coherencia, incluso cuando hacerlo sea incómodo o implique riesgos personales. Un político leal no es aquel que sigue órdenes sin cuestionarlas, sino aquel que defiende con valentía los intereses de quienes lo eligieron. Esto puede significar desafiar al propio partido cuando sus decisiones se alejan del bien común.

En última instancia, la lealtad no es un vínculo con una institución o un líder, sino con los valores que sostienen una democracia: la justicia, la transparencia y el servicio al bien colectivo. Solo cuando un político entiende esta verdad, puede considerarse verdaderamente leal.

Hay muchos políticos que son incapaces de mantener su lealtad con los ciudadanos, con la verdad, con sus compromisos y con el bien común. Priorizan su persona y confunden la Administración con su empresa particular en la que piensan perpetuarse a cualquier precio sin asumir riesgo alguno y justificando cualquier cuestión porque como ellos dicen “hace mucho frío fuera”. Pues ya saben, para todos los demás “ Winter is coming”.

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