En mi insistente militancia como defensora de las minorías más absolutas, no puedo evitar recordar, a quien desee escucharme, que estos llamados “fenómenos complejos” que han transformado la política y la televisión no son más que un reflejo de nuestra falta de criterio y nuestra facilidad para dejarnos seducir por la superficialidad. Ahora, se les otorgan cátedras y debates académicos, pero no dejan de ser una muestra más de nuestra estulticia y de lo fácil que resulta manipularnos.
La forma ha vencido al fondo. La reflexión y el análisis han sido sustituidos por el “scrolling” infinito de imágenes repetitivas y vacías, mientras el contenido escrito, que exige esfuerzo y concentración, queda olvidado. ¿Qué dice esto de nosotros? Que nos resulta más cómodo consumir que pensar.
Y mientras tanto, en las sombras de este circo digital, están los verdaderos vencedores. Aquellos que leen con sus hijos, alejándolos de este embrutecimiento colectivo, apostando por el conocimiento y el pensamiento crítico. Estos son los valores que deberían estar en el centro del sistema educativo, pero parece que un pueblo anestesiado es más fácil de manejar.
Me niego a aceptar que este nuevo “rey” tiene un traje. No tiene nada. Está desnudo, y nosotros aplaudimos su inexistente ropa como en aquel viejo cuento. Reflexionemos antes de que el arte de pensar quede relegado al pasado. No más cuentos.


