Hace mucho tiempo, en un reino al norte de la India, vivía Anaya, la hija del maharajá. Era conocida por su inteligencia, pero, siendo joven, muchos dudaban de su capacidad para liderar. Un día, un conflicto surgió en el mercado: dos mercaderes reclamaban la propiedad de un valioso elefante blanco. Ambos argumentaban que el animal les pertenecía, y su disputa amenazaba con dividir al pueblo.
El maharajá, cansado de las discusiones, entregó el problema a Anaya: “Si deseas ser una líder algún día, resuelve esto con sabiduría”.
Anaya llamó a los mercaderes al palacio. En lugar de escuchar sus acusaciones, les hizo una oferta inesperada. “El elefante será vendido al reino para servir en nuestras ceremonias. Ambos recibirán una recompensa justa, pero primero deberán convencerme de por qué merecen el honor de cuidarlo hasta entonces”.
Los mercaderes aceptaron, creyendo que la recompensa sería mayor si demostraban ser dignos. Durante los días siguientes, se esmeraron en alimentar, bañar y cuidar al elefante, cada uno intentando superar al otro. Anaya observó en silencio.
Finalmente, reunió al pueblo y anunció: “He encontrado la verdad. Este elefante pertenece a quien realmente lo cuida, no por derecho, sino por acción. Miren: uno de ustedes alimenta al animal con respeto, mientras el otro solo busca mi aprobación. El elefante será entregado a quien lo ha tratado como un compañero, no como un objeto”.
El mercader elegido aceptó con gratitud. El otro, avergonzado, aprendió una lección sobre el valor de actuar con integridad.
Anaya demostró que negociar no es imponer, sino escuchar, observar y buscar la paz para el bien común. Esa tarde, su padre la miró con orgullo y declaró: “No solo resolviste un conflicto, hija, sino que enseñaste al pueblo que un verdadero líder no busca vencer, sino unir”. ¿Qué es para ti negociar?


