Después de los últimas cambios políticos en otros países, asistir con estupefacción a juicios mediáticos vergonzantes y ver la serie “Querer” insisto con preocupación en que la violencia de género no puede ser un tema que deba tratarse desde el partidismo ni el espectáculo mediático, sino con seriedad y compromiso.
Casos como el horror de Dominique Pelicot en Francia nos enfrentan a nuestras propias miserias y demuestran cómo aunque ciertos enfoques polarizan y desvían la atención del verdadero problema, proteger a las víctimas y garantizar justicia, hay mujeres que son un ejemplo.
Dominique, tras años de abuso, denunció a su esposo, enfrentándose no solo al sistema judicial, sino también al juicio público, que muchas veces pone en tela de juicio la credibilidad de las mujeres en lugar de centrarse en la violencia que han sufrido. Este tipo de cuestiones no solo perpetúan la culpa hacia las víctimas, sino que también desmotivan a otras mujeres a buscar ayuda, temiendo no ser creídas para seguir en sus infiernos. Yo no quiero que las próximas generaciones tengan miedo ni vergüenza de dar un paso al frente y salir de ese cotidiano horror.
También sé que es crucial, por otro lado, penalizar las denuncias falsas de oficio para garantizar la integridad del sistema y evitar que se utilicen como excusa para desacreditar una lucha legítima. Sin olvidar que representan un porcentaje mínimo frente a la realidad abrumadora de las víctimas que aún no se atreven a hablar.
También es una cuestión de percepción que explica la neurociencia, entendemos que cuando las personas perciben justicia y coherencia en el entorno, se refuerzan las redes neuronales asociadas a la confianza y la seguridad. Esto subraya la importancia de un sistema que priorice la protección de las víctimas, dejando de lado los intereses políticos y mediáticos.
La violencia de género no es una cuestión ideológica, es una crisis social y humanitaria. Solo desde la seriedad y el compromiso podremos garantizar un futuro en el que nadie tenga que temer por su seguridad dentro de su propio hogar. Todos queremos que la vergüenza cambie de bando.


