La política internacional se parece cada vez más al patio de un colegio. Pero no uno cualquiera, sino uno donde los bravucones han impuesto sus reglas, primero llamar la atención, ese oro actual tan preciado, para ello no hay que escatimar, el que grita más fuerte, insulta y amenaza es quien manda. Ya no se juega en equipo, ahora todo se rige por aumentar viejas cuestiones como aranceles y fronteras, donde cada uno protege su parte del patio con muros y restricciones. Como si fuese posible que tuviésemos la misma mentalidad que hace cien años.
Las guerras tradicionales siguen ahí tristemente pero han surgido nuevas formas de agresión, ahora, además de la fuerza, los más poderosos usan las “opas hostiles” incluso contra empresas de sus países con aire caciquil. No solo con balas, sino con dinero, influencia y presión económica, absorbiendo mercados, destruyendo a sus rivales desde dentro. Siendo maximalista en las posiciones para luego empezar a negociar. En este patio, las alianzas se rompen al menor desacuerdo, y la cooperación es vista como un signo de debilidad.
Sin embargo, los patios no siempre han sido así. Hubo un tiempo en que el progreso se construía con diálogo, acuerdos y cooperación. En ese patio algunos nos sentíamos partícipes de algo más grande que nosotros y sumábamos. No todos estábamos de acuerdo, pero sabíamos que juntos llegaríamos más lejos.
Hoy, el desafío global se ha reducido a quién impone más miedo y yo me pregunto, si los ciudadanos hemos caído en esas redes y no somos capaces de ver quién es capaz de romper esta dinámica y demostrar que la cooperación sigue siendo la mejor estrategia. En este patio convertido en campo de batalla económico, o aprendemos a jugar juntos y recordamos que es la única forma de que ganemos todos o nos quedaremos atrapados en un mundo donde nadie gana realmente.


