La historia se repite, y esta vez el guion ya está escrito. Después de años de guerra, de miles de vidas perdidas y de un conflicto que ha desgastado a todos los actores, llega el momento de colgarse medallas y acabar con ella aunque la solución sea la misma que provocó la guerra. Lo llaman buscar una salida “honorable”. Pero para eso, se necesita un chivo expiatorio.
Zelenski, que fue presentado como el líder heroico de la resistencia, comienza a perfilarse como el hombre al que cargarán con el fracaso. Si la guerra no se ha ganado, si las vidas se han perdido en vano, si el apoyo internacional empieza a flaquear, la solución es simple: alguien debe pagar la factura. Y esa persona nunca será ni EE.UU. ni Rusia, sino aquel que ya no les resulte útil en la partida.
Esto no es nuevo. La política se ha servido siempre de figuras sacrificables para justificar decisiones que ya estaban tomadas mucho antes. Líderes que en su día fueron imprescindibles se convierten de repente en obstáculos, en errores de cálculo, en el precio necesario para cerrar un acuerdo que beneficie a los verdaderos jugadores del tablero.
Nos lo han hecho antes. Nos lo hacen ahora, ante nuestros ojos. Y quienes se niegan a buscarlo acaban contagiados y engullidos mediáticamente por la cuestión. La figura del chivo expiatorio, cabeza de turco o como lo quieran llamar ofrece una justificación para que la gente pase página sin remordimiento y ellos los saben. Se trata de una amortización más, esta vez de una persona a la que la historia debería recordar por todo lo contrario.
El problema es que, cuando nos demos cuenta de toda esta manipulación , ya habrán cambiado la narrativa y nos habrán hecho olvidar por qué empezó todo y los héroes serán otros.


