Empezar de nuevo es aterrador. Da igual si es una amistad, un trabajo, un negocio, una pareja, cualquier situación. No tener referencias, no saber por dónde ir, no contar con una historia previa que nos sirva de guía. Nos enfrentamos al vacío, y el cerebro, que odia la incertidumbre, hace lo que mejor sabe hacer, buscar algo conocido, aunque esté lejos, aunque ya no tenga sentido.
Por eso, puedes comprobar que cuando hablamos, siempre nos remitimos a un momento, a un lugar, a una experiencia pasada. “Esto me recuerda a aquella vez que…”. No importa lo remoto que sea, lo importante es que nos dé un punto de apoyo, algo a lo que aferrarnos para no sentirnos completamente perdidos.
El problema es que este miedo al vacío nos atrapa. Nos quedamos en situaciones que nos estresan, que nos agotan, simplemente porque son familiares. Lo incierto nos da más miedo que lo malo conocido, así que seguimos ahí, esperando que algo cambie sin atrevernos a tomar la decisión.
Extrapolamos esa estrategia a muchos campos de nuestra vida y en muchos casos quienes conocen la condición de la ley del mínimo esfuerzo del ser humano se aprovechan azuzando viejos fantasmas. Ellos también con el mínimo esfuerzo, consiguiendo mantenernos controlados.
La neurociencia lo explica bien, el cerebro está diseñado para ahorrar energía, y crear nuevas conexiones neuronales implica un esfuerzo. Por eso, ante lo desconocido, prefiere aferrarse a patrones ya establecidos, incluso cuando nos hacen daño. Pero la plasticidad neuronal también nos dice que podemos entrenarlo. Podemos acostumbrarnos a la incertidumbre, reescribir nuestras historias, generar nuevas referencias.
Empezar de nuevo es como el papel en blanco: inquieta al principio, pero es la única forma de escribir algo distinto. Quizá la clave no sea esperar a sentirnos listos, sino empezar a escribir, aunque al principio no sepamos cómo. ¿ Te atreves?


