La condonación de la deuda entre el Estado y las comunidades autónomas es el debate de moda, aunque llamarlo debate es generoso. Porque, al final, todo es gasto público y aunque todo sale de nuestros impuestos, la vaca que todos ordeñan parece no ser de nadie… hasta que solo Europa nos pone de vez en cuando coto.
El mecanismo es simple, el Estado asume la deuda de algunas comunidades, las demás protestan para recibir lo mismo y, en la trastienda, todas saben que les beneficiará, aunque finjan indignación. Keynes justificaría el gasto público como herramienta para estimular la economía, y por eso aquí nadie dice nada sea del partido que sea. Mientras el dinero fluya, los gobiernos autonómicos están encantados para sus fruslerías o simplemente para ir bajando impuestos decimal a decimal y vacilarnos.
Pero claro, en público hay que aparentar. Así que veremos a líderes nacionales votar en contra con un falso gesto de rebeldía, mientras saben que su comunidad saldrá ganando. Un teatro perfecto donde la hipocresía es el único principio inquebrantable.
Y mientras algunos juegan a estar en contra de lo que les conviene, otros usan la condonación como moneda de cambio para conseguir apoyos políticos y la paz pactual. No es solo economía, es estrategia idiota, que diría aquel, compra de lealtades, silencios cómodos y acuerdos disfrazados de negociación democrática.
Pero la clave está en la vaca. Ordeñarla incesantemente evita reformar. Evita tener que mejorar un sistema de financiación autonómica ineficiente, desequilibrado y anacrónico. Porque aquí mantener y modificar no se lleva, aquí se prefiere esperar a que todo explote y luego aparecer como salvapatrias. La responsabilidad se aplaza, los parches se normalizan y el problema se hereda, con el mismo final de siempre, todos contentos hasta que la factura llega y entonces, otra vez, que pague otro.
Y lo peor es que el único mecanismo de responsabilidad que podemos exigirles es el voto, pero preferimos tenerlo cautivo, emocional, manipulado. Preferimos no pensar demasiado en él, no exigir demasiado con él, no plantearnos que el voto debería ser algo más que una reacción a lo que nos han hecho sentir en campaña. Y así seguimos, en un ciclo infinito donde campa Lampedusa y todo cambia para que nada cambie camino de la perdición.


