LA FÁBRICA DE VIENTO

En un pequeño pueblo, vivía un hombre llamado Darío, famoso por su habilidad para detectar errores ajenos. Señalaba con precisión los defectos de sus vecinos, criticaba las decisiones del alcalde y siempre tenía una opinión sobre cómo los demás deberían vivir sus vidas.

Un día, un anciano sabio le entregó un extraño regalo: una fábrica de viento.

—Cada vez que critiques a alguien —le explicó— esta máquina convertirá tus palabras en viento. Cuanto más hables de los errores ajenos, más fuerte soplará.

Intrigado, Darío comenzó a observar su nuevo tesoro. Pronto, descubrió que con cada comentario mordaz, la fábrica emitía una brisa. Al aumentar sus críticas, los vientos se volvían ráfagas, luego tormentas.

Un día, mientras señalaba los fallos de su vecino, el viento se volvió tan feroz que arrancó las tejas de su propia casa. Sus quejas sobre el gobierno levantaron una tormenta que derribó su propio jardín. Y mientras continuaba criticando a todos, sin darse cuenta, su mundo se desmoronaba a su alrededor.

Desesperado, corrió al anciano.

—¡Mi vida está hecha un caos! —se lamentó—. ¡Todo se ha vuelto un desastre!

El anciano sonrió con paciencia.

—Esa energía que gastas en señalar los errores de los demás podría haber construido algo sólido. Pero en vez de crear, elegiste destruir con tu viento.

Desde ese día, Darío aprendió a callar cuando su única intención era criticar. En su lugar, comenzó a usar su voz para construir, inspirar y mejorar. Y así, el viento que antes devastaba su vida se convirtió en la brisa que impulsó su propio crecimiento.

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