En las selvas de la India, donde los árboles tocan el cielo y los ríos cuentan historias antiguas, vivía Bhavish, un anciano tejedor de cestas. No era el más fuerte de la aldea, ni el más rápido, pero tenía un don: sabía leer los patrones invisibles de la naturaleza y de los hombres.
Un día, la aldea enfrentó una gran amenaza. Las lluvias del monzón habían desbordado el río y un viejo puente de madera, el único acceso al pueblo, estaba a punto de colapsar. Sin él, quedarían aislados y sin provisiones.
La solución parecía simple: había que mover un enorme tronco caído para construir un nuevo puente. Pero el tronco era demasiado pesado para un solo elefante, y los más jóvenes competían entre sí en lugar de colaborar.
Bhavish los observó en silencio y recogió unas finas hebras de palma seca. Frente a todos, tomó una hebra y la rompió con facilidad. Luego tomó tres, las entrelazó y las rompió con algo más de esfuerzo. Finalmente, tejió una cuerda gruesa con muchas fibras y desafió a los más fuertes a romperla. Nadie pudo.
—Así como esta cuerda se vuelve irrompible cuando las fibras se unen, ustedes son más fuertes juntos que separados —dijo Bhavish.
Los elefantes, avergonzados pero inspirados, se alinearon, entrelazaron sus trompas y, al ritmo de una misma respiración, lograron mover el tronco. La aldea no solo salvó su puente, sino que aprendió que el verdadero poder no está en la fuerza bruta, sino en la armonía de los esfuerzos compartidos.
Desde aquel día, cuando alguien en la aldea dudaba del trabajo en equipo, solo hacía falta recordar la cuerda del tejedor y la lección de los elefantes.


