La serie Adolescencia es una interesante rareza en estos tiempos, son solo cuatro capítulos y no es una historia de acción, sino de diálogos. En lugar de explosiones o giros dramáticos, lo que atrapa es la tensión que se genera en las conversaciones, esas que tanto echamos de menos ahora.
Atrapa en los silencios y en lo que no se dice. Invita a la reflexión porque muestra una verdad incómoda, la situación actual de ser padres, una tarea imposible para los que intentan controlar todo lo que hacen sus hijos, pero nunca saben realmente qué ocurre detrás de una puerta cerrada.
El asesinato reciente de la educadora social a manos de unos adolescentes nos ha recordado brutalmente la realidad de las familias que nos saben qué hacer con sus hijos. Nos aferramos a la idea de que podemos proteger a nuestros hijos controlando su entorno, supervisando sus amistades y limitando el acceso a ciertas plataformas.
Pero la verdad es que tienen en sus manos, una ventana infinita abierta al mundo, y lo que ocurre al otro lado es casi incontrolable. Internet no solo expone a los jóvenes a influencias externas, sino que también normaliza muchas dinámicas de violencia y desconexión emocional.
Vivimos en una sociedad que busca culpables. Si un adolescente comete un acto violento, la culpa recae en los padres, en los educadores, en el sistema. Pero nadie habla de cuáles son las habilidades que tienen para vivir en un mundo tan diferente al nuestro, su soledad emocional, la desconexión que sienten muchos jóvenes, atrapados en una red de estímulos que les desborda y les aísla al mismo tiempo.
La serie refleja con precisión esa angustia parental. Padres que intentan anticiparse, proteger y prevenir, pero que chocan con la realidad de que los hijos, como todos, también tienen derecho a sus propios errores y secretos. La sobreprotección genera distancia y, en muchos casos, empuja a los adolescentes a buscar respuestas fuera del entorno familiar.
El verdadero reto no está en controlar cada paso que dan, sino en que entre todos creemos un espacio de confianza donde puedan hablar cuando algo no funciona. Porque, al final, no se trata de cerrar la ventana, ni de buscar culpables sino de que sepan que pueden volver a casa cuando sientan que el mundo se vuelve demasiado oscuro


