DE VÍCTIMAS A VERDUGOS 

La polarización es el mejor caldo de cultivo para los líderes que quieren eternizarse en el poder. En contextos donde la sociedad se divide en extremos, la emoción suplanta al juicio y el miedo alimenta el poder sin límites.

Muchos de estos líderes empiezan posicionándose como víctimas, del boicot de determinadas facciones, de un sistema corrupto, de una élite que los persigue, de una prensa que los “difama”, o de una justicia que, curiosamente, solo les incomoda cuando les toca. La manida mano negra que solo ellos ven. Cualquier acusación, error o delito se convierte en prueba irrefutable de la conspiración en su contra. Y así se fortalece su relato, cuanto más los cuestionan, más se autolegitiman.

El problema es que cuando acceden al poder, la máscara de víctima cae y emerge el verdadero rostro del poder sin frenos. Comienzan a modificar leyes a su antojo para perpetuarse, debilitan las instituciones, silencian a la prensa libre y convierten la democracia en un decorado vacío. Imitan a los mismos autoritarismos que antes prometían combatir, pero ahora con el control absoluto como objetivo.

La polarización no solo fragmenta a la sociedad, justifica el abuso, normaliza el desvío de poder y silencia la crítica. En lugar de alternancia, hay revancha. En lugar de justicia, ajuste de cuentas.

El verdadero liderazgo no necesita victimismo ni culto a la personalidad. Y una democracia sólida no se construye desde el resentimiento, sino desde la ley, el diálogo y los límites al poder. Porque si no se detiene a tiempo, el líder que ayer pedía justicia, mañana será el que la impida. A qué esperamos. 

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