Hace poco hemos celebrado el cumpleaños de quien comparte mi vida y también he reflexionado sobre lo necesario para seguir cumpliendo años juntos, esa sabiduría que se necesita para convivir con alguien cada día.
Convivir es como la vieja metáfora de tener dos barcas amarradas en el mismo embarcadero. Aunque cada una tenga su forma, su historia y su rumbo, inevitablemente se rozan. A veces con ternura y otras con fuerza. No hay forma de compartir espacio sin que eso ocurra.
Por eso es tan valioso desarrollar habilidades que nos permitan vivir juntos sin dañarnos. La tolerancia para aceptar que el otro no piensa ni siente igual y no tomárselo todo como una afrenta personal. El imprescindible respeto para entender que las diferencias no son amenazas sino oportunidades para entender y el perdón para soltar el rencor antes de que se haga ancla.
La convivencia es un reto diario. No solo entre parejas. También entre hermanos, amigos, compañeros de trabajo o familia. Estar cerca implica fricción pero también oportunidad. Oportunidad de crecer, de escuchar, de mirarse a uno mismo y no solo al otro.
Porque cuando el foco se pone solo en lo que el otro hace mal, olvidamos lo único que realmente podemos cambiar. Nuestra propia forma de estar. Nuestra forma de reaccionar de hablar, de responder o no hacerlo.
Hoy más que nunca os animo a que agradezcamos la compañía que nos ayuda a mejorar. No desde el juicio sino desde la presencia. Porque al final lo que cuenta no es que las barcas no se toquen sino que el roce no rompa sino una.


