Hace veinte años incluímos por primera vez en un programa político el impulso a las instalaciones solares. Entonces ya era evidente que el futuro, al menos en España, pasaba por ahí. Pero como dice la canción, “veinte años no es nada”, y aquí estamos, con sol de sobra, con tecnología avanzada, y con Elon Musk sugiriendo que España debería construir una gran matriz solar para alimentar a toda Europa .
Antes seremos la Central de Europa que el auxilio de nuestros ciudadanos. Y sí el hazmereír del generador y las linternas en el kit de supervivencia, pudiendo ser todos autónomos energéticamente pero sería que eliminar la barrera económica de entrada era muy gravoso.
Este es el precio de hacer política mirando por el retrovisor. No se proyectan escenarios, se repite el guion de ayer, esperando que funcione en el mundo de mañana. Y el problema no es solo de visión, de no prever escenarios, sino de voluntad.
Durante dos décadas se tuvo la oportunidad de convertir la energía solar en una herramienta de transformación social y económica. Las placas se convirtieron tristemente en una cuestión de ahorro y de hacer cuentitas y no estratégica, convirtiéndolo absurdamente en un símbolo de opción política , no de justicia y autonomía energética.
Aunque no se trataba claramente solo de ahorro, se trataba de soberanía, de sostenibilidad, de dignidad. Y ahora, lo que pudo ser una oportunidad compartida es una frustración colectiva.
El sol sigue ahí, disponible cada día. Pero el liderazgo que se necesitaba para aprovecharlo, ese sí que ha sido intermitente o mejor dicho inexistente.
Veinte años no es nada… si seguimos sin cambiar la forma de mirar el futuro al menos cambiemos a los que no lo ven.


