Cuando el mundo empieza a parecerse al Lejano Oeste, lo primero que desaparece son las reglas. A los aranceles en marcha y pausados, se les suma ahora el ósculo en la retaguardia, una mezcla entre amenaza y servilismo que define este nuevo orden sin orden. Un escenario donde la diplomacia se ha vuelto espectáculo, y las relaciones internacionales, una partida de póker entre forasteros armados.
Basta mirar series como 1923 o American Primeval para entender lo que ocurre cuando el mundo no avanza, sino que involuciona hacia el aislamiento, no solo de los países, sino de las personas. La crueldad y la ley del más fuerte prima, cada cual negocia en solitario, cada líder se cree más listo que el resto, y el que más grita e insulta es el que impone su voluntad.
Íbamos hacia un mundo que había que equilibrar para sostener la prosperidad, donde cada vez más países podían sumarse a un progreso compartido. Pero ahora caminamos hacia la más burda extorsión, donde el acuerdo se da solo tras la humillación pública y el chantaje se disfraza de liderazgo fuerte.
Ya no se compite por construir, sino por aplastar. El multilateralismo se deshace en nombre de la “soberanía”, y la cooperación se ve como debilidad.
Este futuro no es futurista. Es retroceso maquillado de audacia. Y si seguimos aplaudiendo a los que se presentan como “outsiders” justicieros, acabaremos en una distopía sin leyes, donde la única regla será la ley del más desconfiado.
Y ahí, nadie gana. Ni siquiera los que creen que vinieron a conquistar el nuevo mundo.


