LA RESISTENCIA HARVARD

Es admirable la posición que ha adoptado Harvard frente a las presiones de Trump. En un tiempo en que tantos medios y empresas ceden con rapidez ante el poder o el dinero, ver que una institución académica decide sostener sus valores por encima de las amenazas externas no solo es valiente y esencial, es ejemplar.

He visto en demasiados espacios cómo el dinero partidiza, justifica y erosiona el pensamiento crítico, cómo instituciones que nacieron para cultivar la libertad de ideas se pliegan por conveniencia, miedo o supuesto pragmatismo económico. Meses han tardado algunos en abandonar principios que defendían a capa y espada, como la diversidad, la sostenibilidad o la inclusión, para rendir pleitesía a quienes prometen beneficios rápidos o menos problemas.

Pero el conocimiento y el aprendizaje no son neutrales, se construyen sobre pilares firmes como la independencia, el rigor y compromiso social. Y cuando esos pilares se tambalean por presiones políticas o intereses económicos, lo que se derrumba no es solo una institución, es la confianza colectiva en que hay espacios donde todavía se piensa con libertad y se actúa con propósito.

Nuestros valores y el avance de la sociedad deberían ser irrenunciables. Porque solo desde ahí podemos construir una prosperidad compartida, basada en la cooperación, la colaboración y el bien común. Es cierto que se siente cierta soledad pero dormir con la conciencia tranquila merece la pena.

Harvard, hoy nos recuerda que todavía hay lugares donde la dignidad pesa más que la cuenta bancaria, y donde no todo se vende ni se negocia. Que sea una Universidad me emociona y esperanza a partes iguales y espero que así sea por mucho tiempo. Porque el día que las universidades empezaron a dejar de ser faros, el mundo empezó a ser más oscuro.

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