UN PAPA DE PUENTES EN TIEMPOS DE MUROS

Nació bajo el signo de Sagitario y, como muchos nacidos bajo ese fuego inquieto, nacimos libres. Libre de protocolos innecesarios, libre de miedos cómodos, libre de dogmas disfrazados de verdades absolutas. Llegó al papado como figura de transición y, sin embargo, marcó la diferencia con cada paso que dio.

Desde que tengo ocho años, he formado parte de organizaciones de todo tipo. Sé lo difícil que es cambiar algo, incluso cuando no funciona. El status quo es una trinchera, el miedo al cambio una religión paralela. Imagino el titánico esfuerzo que debe suponer mover una idea, una palabra o una intención dentro de una institución milenaria como la Iglesia. Ahí, cada movimiento es casi una heroicidad.

Francisco no ha callado. Ha arriesgado. Ha hablado cuando lo más fácil era mantenerse neutral. Ha defendido a los migrantes, a los excluidos, a los que algunos prefieren invisibilizar. Ha sido un hombre con los pies en la tierra y el corazón en las heridas del mundo.

Sé que muchos ya le han etiquetado, buscando color político en cada gesto, que intentarán encasillar su pensamiento como si no fuese humano, complejo, lleno de matices. Pero para mí es un referente de valentía y de ternura. Porque no basta con tener ideas claras, hay que dar un paso al frente y sostenerlas en medio de la tormenta.

Ha conciliado religiones sin titulares ruidosos, ha tendido puentes entre generaciones. Una metáfora que para mí simboliza su papado es bajarse del Papa-móvil, desmontado símbolos de distancia y acercándose, literalmente, al pueblo y a sus tribulaciones.

Su papado es una invitación a volver a lo esencial y eso es lo que me guardo, al amor, a la compasión, al encuentro. En un mundo que grita para imponer, él susurra para unir. Y ese susurro, cuando lo pronuncia un hombre libre en el corazón de una institución tan antigua, es más poderoso que cualquier grito.

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