Es significativo que el día que se conmemora una guerra se insista en todo un discurso en la paz. Cuando el mundo polariza tanto que lo quiere inocular en cualquier lugar, la unidad sea lo relevante y cuando se criminaliza a los inmigrantes se elija a un misionero que tiende puentes y acoge es una declaración de intenciones. Y que sea norteamericano, la tercer ley de Newton.
Ha elegido llamarse León XIV, un nombre que resuena con fuerza, pero no por imposición, sino por valentía tranquila, por el deseo de cuidar, de escuchar, de sostener. En sus primeras palabras, no hubo ambigüedad: la palabra más repetida fue “tutti”, todos. Le siguieron paz, amor, diálogo, encuentro, construir puentes.
Un mensaje claro para un mundo roto, fragmentado, donde cada uno parece hablar solo consigo mismo. Y me emociona aún más porque es agustino, como el colegio en el que estudié en Talavera. Mis compañeras recuerdan su visita, cercana, sencilla. Hoy esa cercanía se proyecta desde Roma y yo recuerdo las palabras de San Agustín que tantas veces leí y me sigue inspirando:” Conócete, acéptate, supérate”
No es común ver a alguien tan joven al frente de una institución tan antigua. Pero ahí está, con la fuerza del que no quiere imponer, sino inspirar. En tiempos donde el ruido vende más que la serenidad, su elección parece un acto de fe en que otra forma de liderazgo es posible: más humano, más sabio, más comprometido y siendo experto en derecho, más prudente seguro.
León XIV no viene a rugir, viene a convocar. A recordarnos que aunque las reformas siguen siendo necesarias, estas son un camino compartido. Debiendo ser la Iglesia no un bastión de poder, sino hogar para el que busca sentido, consuelo o esperanza.
Quizá sea pronto para hablar de legado. Pero no para reconocer el gesto, el símbolo y la dirección. Y todo eso —como su nombre, su historia y sus palabras— apunta a una sola cosa: tutti.


