DE LA BUTACA AL COMPROMISO

No es lo mismo ser parte del público que formar parte de la sociedad civil. El público observa. Aplaude o critica desde la distancia. La sociedad civil se implica. Se organiza. Propone. Construye. Mientras el público espera que algo pase, la sociedad civil hace que pase.

Vivimos en un tiempo donde cualquiera puede opinar pero pocos están dispuestos a involucrarse. Donde arriesgar el prestigio es casi un acto heroico. Exponerse, decir lo que se piensa, actuar con coherencia, se ha vuelto peligroso. Y aun así, sigue siendo imprescindible.

Tocqueville lo llamó envidia democrática. Ese malestar colectivo que nos lleva a criticar a quien brilla, a quien asume responsabilidades, a quien se atreve a destacar. En esa cultura del igualitarismo superficial, se castiga más al que lo intenta que al que se mantiene al margen.

Hay quien llega a la política orgulloso de no tener pasado. Como si no haber pertenecido a ninguna causa fuera prueba de neutralidad. Pero no haber estado nunca del lado de quienes sueñan, proponen o resisten, no es limpieza. Es ausencia.

Comprometerse es entender que la conexión entre lo personal y lo político es real. Que el poder de organizarse transforma. Que hay un deber cívico en moverse cuando el sistema hace aguas. Que no se trata de tener todas las respuestas, sino de no quedarse en silencio.

Cambiar el mundo empieza dejando la butaca. Y sí, arriesgar el prestigio puede costar caro. Pero callar siempre sale más caro cuando lo que está en juego es el futuro de todos.

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