CUANDO LO EXCEPCIONAL DEBERÍA SER LO NORMAL

José Mujica, expresidente de Uruguay, ha sido admirado en todo el mundo por su austeridad, su cercanía y su coherencia entre lo que dice y lo que hace. No importa la ideología: su estilo de vida sencillo, su forma de hablar sin adornos y su honestidad emocional despiertan respeto incluso entre quienes no comparten sus ideas.

Pero ahí está el problema: admiramos a Mujica como si fuera un milagro, cuando debería ser el estándar. Nos emociona su renuncia a los privilegios, su casa modesta, su forma de mirar de frente y su rechazo a los excesos del poder, porque nos hemos acostumbrado a lo contrario. A políticos que confunden representar con acumular, liderar con imponerse y servir con servirse.

Mujica no fue perfecto. Ni quiso parecerlo. Pero puso el listón en el lugar más difícil: el de la humanidad en la política, el de no dejar de ser persona por ocupar un cargo.

Y quizá eso sea lo que más necesitamos hoy: menos grandilocuencia y más coherencia; menos espectáculo y más decencia básica. Que lo admirable no sea lo raro. Que lo digno no sea lo anecdótico.

Porque si nos seguimos sorprendiendo por lo que simplemente es honesto, entonces algo está muy roto. Y tocará arreglarlo no con héroes, sino con ciudadanos que ya no acepten que lo excepcional sea la excepción.

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