No sé si Melody ganará Eurovisión. Lo que sí sé es que ya ha conquistado muchos corazones, entre ellos el mío. Porque hay algo en su forma de estar, de insistir, de entregarse, que va mucho más allá de una canción y que sí ha demostrado.
Melody es la constancia y el entusiasmo auténtico a pesar de todo y de todos. Ambos siguen siendo una fórmula poderosa. Que se puede trabajar duro, con ilusión, sin caer en divismos, y aún así brillar. O quizá precisamente por eso.
Tiene talento, personalidad y carácter incansable, pero lo que más admiro en ella es su inasequibilidad al desaliento. No se da por vencida, no se acomoda, no se excusa. Cada paso que da lo hace con una voz y una energía que contagian y una sonrisa que abre caminos.
Canta sobre desamores, sobre resistencia y dolor, pero ella se comporta como todo lo contrario a lo que canta, entera, vital, luminosa. Como quien sabe que todo camino de rosas tiene también sus espinas, y aún así vale la pena recorrerlo.
Quizá no gane Eurovisión. Pero está ganando algo aún más valioso, la admiración de quienes sabemos reconocer la verdad, la autenticidad y el verdadero esfuerzo cuando se sube a un escenario.
Habrá quien diga que es naïf por seguir creyendo, cansina por insistir pero solo lo duden los que nunca lo consiguieron. Gracias, Melody, por recordarnos que el entusiasmo es una forma de resistencia. Y por contagiarnos las ganas de seguir intentándolo, cada día, como tú. No te pudieron poner mejor nombre.


