LA REBELIÓN DE LA OVEJA NEGRA 

Algunos dicen que mis escritos son largos. Y puede que lo sean. Pero es que las ideas necesitan espacio. Las reflexiones no caben en eslóganes ni en frases diseñadas para acumular “likes”. De hecho, tanta letra evita la mayoría de likes aunque espero y deseo que no de lectura. Argumentar es tomarse el tiempo de pensar, de conectar, de matizar.

Vivimos tiempos de pereza argumental. Entre la falta de paciencia y la pérdida de capacidad lectora, en gran parte creo, fruto de no entrenar la atención, hemos ido abandonando el pensamiento crítico, ese que incomoda porque obliga a dudar, a preguntar, a tener que entenderlo, a no conformarse con lo primero que nos dicen.

Nos han acostumbrado al trazo grueso, donde todo entra, lo que conviene, lo que manipula, lo que polariza. Porque lo complejo cansa, y lo simple moviliza. Quienes solo quieren nuestra voluntad, no nuestra opinión ni nuestra conciencia, prefieren no concretar, no sea que descubramos que lo que dicen no se sostiene si se mira de cerca.

Cada vez nos quieren más uniformes, más rebaño, más redil. Pero a mí, lo confieso, cada vez me enorgullece más ir contracorriente. Me gusta ser la oveja negra que se detiene a pensar cuando todas las demás corren. Porque el que piensa, elige. Y el que elige, incomoda.

Si defender lo complejo, lo argumentado y lo libre me convierte en rara, bienvenida la rareza.

Porque no quiero tener razón. Quiero tener argumentos. Y por eso respeto que todo el mundo pueda expresar su opinión y emulo a Voltaire pero no respeto todas las opiniones porque algunas no son respetables y todo eso, hoy, parece casi un acto de rebeldía.

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