LA DANZA DE LAS SARDINAS

En las profundidades del océano, donde la luz apenas alcanza, vivía un enorme banco de sardinas. Cada día nadaban juntas en un movimiento armónico, formando figuras imposibles en el agua: espirales, olas, remolinos que desorientaban a los depredadores y dejaban asombrados incluso a los tiburones.

Pero dentro del banco, había tensión. Algunas sardinas jóvenes querían nadar más rápido, otras decían que debían formar nuevas figuras, y unas pocas pensaban que debían romper la formación y buscar su propio camino.

—¿Por qué debemos movernos siempre en grupo? —preguntó una.

—¿Y quién decide hacia dónde vamos? —reclamó otra.

Entonces, una vieja sardina, de escamas desgastadas pero mirada profunda, se detuvo en medio del banco.

—No somos muchas sardinas nadando juntas —dijo—. Somos un solo cuerpo en movimiento. No hay una líder fija. A veces una va al frente, a veces otra. El liderazgo aquí no se impone: se intercambia, se escucha, se adapta.

Las sardinas se miraron en silencio. Comprendieron que su fuerza no venía de una orden rígida ni de un pez imponente al frente, sino de la coordinación, la confianza mutua y la flexibilidad para liderar y seguir según lo necesitara el momento.

Desde ese día, dejaron de discutir y volvieron a nadar como una sola mente con miles de cuerpos. Y aunque ninguna sardina era la jefa, todas eran esenciales.

Os dejo este interesante cuento con bien de Omega3 para vuestra reflexión sobre el liderazgo verdadero, en el que a veces se guía, a veces se sigue. Lo importante es moverse en armonía hacia un propósito común.

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