Pensamos que tomamos decisiones solo cuando alguien nos plantea una elección clara. Pero la mayoría de las veces decidimos sin darnos cuenta. A través de lo que repetimos. De lo que hacemos cada día sin pensarlo.
Muchos de nuestros hábitos no los elegimos, los heredamos o los automatizamos. Los convertimos en parte de nuestra rutina sin cuestionarlos. Y sin embargo, cuando queremos cambiarlos, sentimos que no podemos. Que no tenemos fuerza de voluntad. Que no tenemos elección.
Eso es un sesgo cognitivo. Creer que el cambio requiere una gran revelación o un futuro perfecto es una trampa. Como decía Aristóteles, somos lo que hacemos repetidamente. No lo que decimos que queremos hacer.
Y repetir no necesita planificación, necesita práctica. Necesita revisar lo que ya hacemos en piloto automático y preguntarnos si nos está llevando donde queremos ir. Porque más de lo mismo solo produce más de lo mismo.
Cambiar un hábito no requiere cambiar tu vida entera. Solo empezar por un gesto. Por una mínima acción distinta. Una que puedas sostener. Una que tenga sentido para ti.
No estás condenado a lo que haces. Estás entrenado en ello. Y si has aprendido algo, puedes desaprenderlo. Puedes practicar una versión de ti más coherente con lo que sueñas.
Busca ayuda si lo necesitas. Merece la pena salir del bucle. Porque vivir en automático no es vivir, es repetir. Y tú mereces algo más que eso.


