Me encanta la gente que tiene la vida tan clara que la puede resumir en unos bullets points y encima numerados. Y si los demás no lo saben, no lo tienen claro o no lo practican es porque no quieren. Ese afán de superioridad que presume de no necesitar ayuda aunque la anhele es un grito de reconocimiento disfrazado de certeza.
Esos, los que creen que el aprendizaje solo depende de uno mismo. Como si los libros, conferencias, clases y consejos los hubieran obtenido por ciencia infusa. Sí a mí también me gustaría tener ese superpoder pero siempre aprendemos de los demás y hay que agradecerles que en lugar de dar lecciones, compartan su experiencia y conocimiento sin darse tanta importancia.
La vida no cabe en un esquema perfecto. Ni la nuestra ni la de nadie. Porque si todo fuera tan fácil como escribirlo, no habría entrenadores de nada ni apenas profesiones. Hoy la información es accesible para casi todo el mundo y no por ello sabemos hacer de todo y menos, bien aunque hemos mejorado en muchos asuntos.
Y ahí es donde aparece la compasión. Para recordar que todos tenemos diferentes habilidades, gustos y emociones. Que nos adaptamos por nuestras vivencias, convicciones y conocimientos de forma distinta por lo que nos ocurre. Que la vida no siempre se deja explicar en un punteo aunque nos encantaría.
Entrenar para ser y sentirnos bien no es solo aprender de los clásicos o de las lecciones ajenas. Es reconocer que detrás de cada lista perfecta hay un ser humano que duda, que cae, que se levanta y que necesita ayuda de los demás para avanzar.
Ese camino de compasión, humildad y reconocimiento personal nos hará mejores. Porque enseñar no es exhibir la propia fortaleza sino acompañar la fragilidad de quien todavía no sabe por dónde empezar.
Decía Erasmo «Cuanto menor es el talento, mayor es el orgullo, la vanidad y la arrogancia que se exhiben».


