GUERRAS CIVILES 

Leo con estupor que Rusia recluta en conciertos de música. Jóvenes que una noche salen a cantar y la mañana siguiente despiertan designados para morir. Me espeluzna pensar que esto, que parece lejano, pueda convertirse en norma también aquí, como si los derechos fueran un lujo que se nos pudiera retirar cuando conviene.

En Ucrania, hoy eres desertor por querer vivir. Por decidir, con miedo, que cualquier otro destino es mejor que una muerte tan absurda como asegurada. Porque en estas guerras modernas, los que las declaran no son los que las combaten. Los que gritan “honor”, “patria” o “valor” desde despachos con pantallas y botones, no pisan el barro, no escuchan los gritos, no ven la sangre.

No puedo entender cómo los que empiezan guerras no son los primeros en alistarse a ellas, como antiguamente para ser verdaderos héroes. Csin embargo su poder sigue intacto y su integridad a salvo mientras las calles se vacían de jóvenes, de sueños, de futuro.

Es injusto. Injusto que decisiones tomadas con arrogancia, sin riesgo personal, se cobren vidas civiles de quienes solo querrían luchar por un trabajo digno, una casa, una vida mejor para los suyos.Que se confundan los ciudadanos con sus dirigentes y sus decisiones. 

En pleno siglo XXI, deberíamos estar hablando de nacionalidades flexibles, de equidad, de prosperidad compartida. Y sin embargo, nos estamos resignando a una maquinaria de guerra constante, que ya ni siquiera necesita razones claras.

Nos acostumbramos tanto a las guerras que cada vez hay más y entendemos menos. Se nos olvida el motivo y normalizamos la pérdida.

Y pienso en el poema de Niemöller que hizo famoso Brecht:

“Vinieron a por otros… y como no era yo, no dije nada.”

Hasta que vengan a por ti.

Hasta que el silencio ya no sirva de refugio.

Hasta que sea demasiado tarde para decir que no era mi guerra… pero era mi mundo.

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