Y SI NO TODO TUVIERA UN “PARA QUÉ”

Estudiamos para además de adquirir habilidades, aprobar exámenes y conseguir un título. Hacemos másteres y cursos para seguir afilando el hacha. Aprendemos idiomas para abrirnos más  puertas. Practicamos deporte para envejecer mejor. Leemos para pensar más, para crear más. Escuchamos podcasts mientras caminamos para no perder el ritmo del mundo.

Todo parece tener un propósito. Todo se mide en función del rendimiento, del logro, de la utilidad.

Pero ¿y si no todo tuviera que tener un “para qué”?

¿Y si sentarse a mirar por la ventana, sin más, nos enseñara algo que ningún máster puede ofrecer?

¿Y si hacer algo sin ningún objetivo concreto fuese, en realidad, una de las formas más profundas y exitosas de aprender del entorno?

La revista Nature acaba de publicar un estudio que demuestra que el cerebro puede aprender del entorno sin necesidad de recompensas ni supervisión. En el experimento, los ratones que solo fueron expuestos al entorno sin entrenamientos activos desarrollaron las mismas conexiones neuronales que los que habían recibido recompensas.

La exposición pasiva, sin “para qué”, reconfiguró su aprendizaje. La plasticidad cerebral no depende solo de metas, sino de permitirnos estar presentes.

Quizá aprender sin propósito visible sea el único espacio que nos queda para cultivar la libertad interior. Para reconectar con la curiosidad más genuina, esa que no responde a ningún KPI, pero que transforma silenciosamente la manera en que entendemos el mundo.

No subestimes ese rato en el que no haces nada. Quizá la gente no aprende más porque teme la presión, los exámenes y tiene un recuerdo d un sistema que está superado y obsoleto. Quizá cuando no haces nada, estés aprendiendo más que nunca. Y eso, aunque no lo parezca, también te cambia. ¿Recuerdas la última vez que estuviste horas sin hacer nada? 

Aprovecha este verano y observa los cambios, la ciencia te los asegura. 

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