EL HOMBRE QUE SE LLEVÓ LA OFICINA A LA ISLA

Tomás era un ejecutivo brillante. Siempre conectado, siempre disponible, siempre un paso por delante. Cuando le ofrecieron unas vacaciones en una isla remota como regalo de reconocimiento, aceptó… pero con una condición: llevarse el portátil, el móvil y “sólo por si acaso”, el acceso a las videollamadas.

Al llegar, la isla era un paraíso: arena blanca, agua turquesa, el sonido de los pájaros mezclado con las olas. Pero Tomás instaló su silla bajo una sombrilla, sacó su ordenador y empezó a responder correos como si estuviera en su oficina.

Los días pasaban y Tomás se frustraba: la conexión fallaba, el reloj del portátil marcaba otra zona horaria y su equipo parecía seguir sin él.

Una mañana, una niña local se le acercó con una flor en la mano.

—¿Por qué no juegas con el mar? —le preguntó.

—Tengo mucho trabajo —dijo él sin mirarla.

—Pero el mar también trabaja —respondió ella—. Mira cómo va y viene sin parar, y sin embargo nunca olvida descansar entre ola y ola.

Tomás levantó la vista. Por primera vez en días, escuchó. Cerró el portátil, apagó el móvil, y caminó hacia el agua.

Pasó el resto de sus vacaciones sin horarios ni notificaciones. Al volver, sus ideas fluían como nunca y su equipo notó algo diferente: tenía más claridad, más energía y más humanidad.

Entendió que desconectar no es huir del trabajo, sino volver a uno mismo para regresar mejor.

📝 Moraleja: El descanso no es ausencia de productividad, es el espacio donde nace la verdadera creatividad.

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