A veces, el pasado grita más alto que el presente.
Frente a los colosos de Abu Simbel, donde Ramsés II ordenó esculpir su grandeza en piedra, hay algo aún más poderoso: la presencia de su esposa Nefertari, representada a la misma escala. En una época en la que el tamaño era sinónimo de poder divino, verla tallada igual que el faraón no es un detalle estético, es un manifiesto: “a quien el sol brilla por igual”.
Egipto no fue solo la cuna de las pirámides, también fue el hogar de mujeres médicas, juezas y escribas. Merit Ptah, considerada la primera médica de la historia registrada, vivió 2.700 años antes de Cristo. La reina Hatshepsut gobernó como faraón absoluto durante más de dos décadas. No como esposa, no como sombra, sino como líder plena, con barba ceremonial y todo.
Y aún así, siglos después, muchas culturas eligieron reinterpretar estos símbolos, escondiendo a las mujeres entre márgenes y silencios. Lo que antes se cincelaba con orgullo en granito, se fue diluyendo bajo las arenas del patriarcado.
Pero las piedras no mienten. En Abu Simbel, el templo pequeño dedicado a Nefertari está lleno de escenas de amor, devoción y respeto. Ramsés no la esconde: la eleva. Incluso los jeroglíficos dicen que fue “la amada por Mut”, la diosa madre.
Los egipcios creían que el nombre de una persona debía ser repetido para seguir viva. Así que cuando nombras a Nefertari, a Hatshepsut, a Merit Ptah… estás devolviéndoles su poder.
Observa cómo representas a los demás en tu vida. ¿Los haces grandes a tu lado, o prefieres brillar solo? El verdadero liderazgo no teme compartir el pedestal.


