Al llegar en barca al Templo de Philae, uno siente que algo cambia. El aire es más suave, el silencio pesa distinto. Esta isla sagrada, dedicada a la diosa Isis, fue durante siglos un faro espiritual en Egipto. Y estoy segura de que lo sigue siendo.
Isis no era cualquier diosa. Fue esposa, madre, hermana, hechicera, reina. Su liderazgo no era de trono y espada, sino de compasión, sabiduría y reconstrucción. Cuando Osiris fue despedazado, fue ella quien recorrió el mundo para recomponerlo. Os suena al rol que ocupan muchas mujeres de unión. Ella lo logró. Isis es símbolo de un liderazgo que une lo roto, que no abandona en el caos, que sostiene incluso cuando todo parece perdido.
Philae fue uno de los últimos lugares donde se escribieron jeroglíficos. Y resistió hasta bien entrado el siglo VI. Su historia es la de la resistencia, la devoción y la capacidad de preservar lo esencial más allá del cambio. Como los verdaderos líderes.
Mientras el templo fue rescatado piedra a piedra por la UNESCO, tras la amenaza de ser devorado por las aguas tras la construcción de la presa de Asuán. Salvaron lo sagrado, aunque cueste reconstruirlo desde cero.
La última inscripción jeroglífica conocida está en este templo. Es del año 394 d.C., y con ella, se cerró una era. No con violencia, sino con silencio. Como muchas transiciones de liderazgo sin que se note, como debería ser.
Liderar no siempre es hablar más alto. A veces es escuchar mejor, reconstruir con paciencia, y honrar lo que otros han olvidado. Como Isis, como Philae. Como tú, cuando eliges sostener en vez de imponer.


