¿Y SI VOLVIÉRAMOS A CONSTRUIR PIRÁMIDES?

Hace más de 4.500 años, miles de personas dedicaban su vida —sí, su vida— a construir una pirámide. No eran esclavos como se creyó durante siglos, sino trabajadores bien alimentados que sentían que participaban en algo más grande que ellos mismos: honrar al faraón y dejar huella.

La Gran Pirámide de Guiza tardó unos 20 años en completarse. Dos décadas de esfuerzo, precisión y propósito. Hoy, nos cuesta esperar más de 20 segundos a que cargue una web.

Vivimos en la era de la inmediatez, donde lo que no es útil ya, ahora, enseguida, se descarta. Creamos contenido que desaparece en 24 horas, decisiones que se toman en segundos y relaciones que a veces duran lo que tarda un mensaje en ser leído. Nada parece estar hecho para perdurar.

Y sin embargo, nuestro cerebro anhela lo contrario. La neurociencia nos recuerda que el sentido de propósito y pertenencia activa las mismas zonas que se estimulan con el placer o la conexión emocional. Es decir: lo duradero, lo que cuenta una historia, lo que se construye con intención, nos hace bien.

Quizá las pirámides no fueron solo tumbas monumentales, sino un símbolo de lo que puede lograrse cuando pensamos a largo plazo. Tal vez hoy no necesitemos piedras, pero sí proyectos, relaciones y vidas que valga la pena sostener.

Dediquemos  hoy 5 minutos a imaginar algo que queramos construir en los próximos 5 años. No para publicarlo, sino para dejarlo crecer. Como las pirámides. En silencio. Y con sentido.

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