Está mañana un inocente “Os quiero” de despedida acabó en una solicitud de besos y abrazos y una reflexión sobre la necesidad de muestras de cariño y contacto. Pensé en qué poco percibimos ya las necesidades humanas.
Pasamos años estudiando idiomas, perfeccionando la escritura, afinando la voz… y sin embargo, lo que más nos delata es lo que callamos. Una postura, una mirada, un gesto distraído dicen más de nosotros que cualquier discurso preparado.
El cuerpo no sabe mentir. Unos brazos cruzados pueden cerrar un diálogo antes de que empiece, mientras que una sonrisa auténtica abre la puerta a la confianza. Lo curioso es que la mayoría no somos conscientes de esa conversación silenciosa que mantenemos a todas horas.
En cada encuentro, lo que transmitimos con el cuerpo pesa tanto o más que nuestras palabras. Por eso se nos quedan grabadas las miradas cómplices, las manos que sostienen, los gestos pequeños que hacen sentir acompañados. La ciencia lo confirma, gran parte de lo que entendemos del otro llega sin pasar por el diccionario.
Quizá la verdadera escucha consista también en aprender a leer esas señales, en detenernos a observar lo que decimos sin hablar. Porque ahí está lo más genuino, lo que nos conecta de verdad.
La próxima vez que estés frente a alguien, en lugar de esperar a que alguien lo diga o en vez de pensar en qué responder, fíjate en cómo lo sientes. El cuerpo siempre nos revela más que las palabras y nos pide más muestras de amor.


