LA URGENCIA DE VIVIR

Cuando muere alguien joven casi siempre nos impresiona más que cualquier otra muerte. Damos por hecho que la vida tiene un final lejano y tardío, y cuando ocurre antes, el corazón se nos encoge.

A veces es alguien cercano, a veces no, pero siempre nos sacude. Porque olvidamos en qué consiste vivir. Nos enredamos en el pasado con lamentos o en el futuro con miedos, y así dejamos de valorar lo que tenemos delante de los ojos, entre las manos, cerca de nosotros.

De repente, estas noticias nos devuelven al presente de manera radical, recordándonos que el tiempo y la salud son caprichosos y no admiten garantías.

Nada es tan importante como vivir y disfrutar el momento, y sin embargo, la mente nos arrastra a menudo a otro lugar.

La neurociencia demuestra que prácticas tan sencillas como anotar tres cosas concretas por las que agradeces en el día activan circuitos cerebrales que nos conectan con el presente y reducen la ansiedad por lo que no controlamos. Es un entrenamiento para estar aquí y ahora.

Quizá la mejor forma de honrar la vida no sea lamentar las pérdidas, sino asegurarnos de no perdernos lo que tenemos delante de las narices. 

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