VIVIR LA ENFERMEDAD

No es la primera vez que pienso en las diferentes formas de vivir una enfermedad propia o de un familiar. Cada persona encuentra su manera.

Hay quienes deciden ser ejemplo, compartir su historia y abrirse a los demás, para que otros en la misma situación no se sientan solos. Transforman el dolor en compañía, la fragilidad en fuerza compartida.

Otros prefieren vivirlo en la intimidad. No en secreto, sino con la serenidad que implica no ser preguntados a cada momento. Buscan que su vida no quede reducida a la etiqueta de “enfermo”, arriesgándose a veces a que esa reserva se convierta en silencio y soledad.

Y están quienes no tienen opción. Porque la enfermedad es tan evidente que no se puede ocultar. Porque, aunque no digas nada, cualquier susurro parece confirmación y cualquier mirada se convierte en lástima más que en empatía.

Seguro que muchos nunca se lo han planteado, y ojalá no tengan que hacerlo. El respeto a la elección de cada persona es la libertad más preciada, y la mayor muestra de cariño es hacer que su deseo prevalezca por encima del nuestro.

En cualquier caso, lo esencial es mostrar toda la humanidad posible. Porque si algún día somos los elegidos para acompañar, que nunca falte nuestra presencia, nuestro apoyo y nuestro silencio respetuoso cuando haga falta. 

En cualquier caso siempre podemos pensar que la persona con la que hablamos puede estar luchando este tipo de batallas y ser amable siempre suma. Así que sé esa persona.  

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