SALIR DEL CASCARÓN

Muchas noches de este verano han tenido como objeto de debate para mí la relación actual de lo padres con sus hijos adolescentes. Vaya por delante que la crianza no creo que sea sencilla, ni ahora, ni antes. Ahora el exceso de información y de presión social lo difunta enormemente.

Si leemos lo que la Fundación BBVA e Ivie han puesto sobre la mesa, reconocemos una verdad incómoda de la que participamos toda la familia.La ansiedad, la soledad y los problemas de salud mental se han convertido en compañeros demasiado habituales de su camino.

Los factores son diversos pero los expertos señalan uno que pocas veces reconocemos, la sobreprotección de los padres. Ese deseo de evitarles cualquier dolor o error termina robándoles algo mucho más valioso, la capacidad de confiar en sí mismos. 

Crecer sin margen para equivocarse o arriesgarse buscando sus propios recursos significa llegar a la adultez sin experiencias para sostenerse en la tormenta. Criamos con amor, pero a veces ese amor, envuelto en miedo, se convierte en una burbuja que tarde o temprano estalla.

Romper esa burbuja no significa dejarlos solos, sino acompañarlos de otra manera a salir del cascarón. Significa confiar en que cada tropiezo fortalece, en que decidir por sí mismos les da alas, en que hablar de emociones sin tabúes abre caminos hacia la ayuda, en que limitar la dependencia tecnológica devuelve espacio a la vida real, y en que el mejor legado no son los consejos, sino el ejemplo de resiliencia que ven en nosotros.

La verdadera protección no consiste en apartar las piedras del camino, sino en enseñarles a caminar sobre ellas. Porque los jóvenes no necesitan alas de cristal que se quiebren al primer golpe, sino raíces firmes y alas fuertes para volar lejos. Invertir en su autonomía y confianza hoy es la mejor manera de regalarles un futuro del que se sientan responsables, capaces de sostenerse y de construir.

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