“ En un antiguo templo zen al pie de las montañas, vivía un joven monje llamado Riku, conocido por su inteligencia y su obsesión por hacerlo todo perfecto. Su maestro, el sabio Maestro Takuan, le había encomendado una tarea sencilla: escribir una caligrafía con un solo carácter, el que representara el “camino”.
Riku pasó días enteros probando pinceles, mezclando tintas, eligiendo pergaminos. Cada vez que escribía el carácter, encontraba algo que corregir: una línea torcida, un trazo débil, una curva demasiado inclinada.
—No está listo —decía mientras arrugaba otro papel—. Tiene que ser perfecto.
Una semana después, el Maestro Takuan se acercó y vio decenas de pergaminos arrugados tirados en el suelo.
—¿Y el carácter? —preguntó.
—Aún no está bien —respondió Riku—. Siento que no es suficiente.
El maestro sonrió, tomó un pergamino limpio, respiró una sola vez, y con mano firme escribió el carácter. Ni lento ni rápido. Sin dudar. Luego miró a Riku:
—El camino no se perfecciona pensándolo. Se revela andando. La tinta nunca seca en la mente que no actúa.
Riku entendió. Desde ese día, escribió con más intención que miedo, y vivió sabiendo que la belleza del trazo está en hacerlo, no en imaginarlo sin errores.”
Os dejo este cuento para que reflexionemos, a veces quien espera el momento perfecto para actuar, pasa la vida preparando la tinta sin escribir jamás su historia.


