CUANDO EL ALGORITMO NOS DA LA RAZÓN

Hace poco, en una conversación sobre tecnología, alguien me confesó que hablaba a diario con una inteligencia artificial porque “era quien mejor la conocía”. Durante unos segundos recordé Her, la película en la que un hombre acaba enamorado de su asistente virtual. Me quedé pensando en cuánto nos seduce esa idea, alguien que siempre entiende, siempre escucha y nunca contradice.

Pero el cerebro humano no evolucionó para vivir en la comodidad de la confirmación. Crece en la fricción, en la diferencia, en el roce de pensamientos que no coinciden. La neurociencia muestra que la confrontación respetuosa activa las redes de aprendizaje y estimula la corteza prefrontal, la zona encargada del pensamiento crítico y la empatía. Rodearnos solo de quienes nos dan la razón debilita esas conexiones es como alimentar la mente con un solo sabor hasta que se vuelve incapaz de digerir otros.

Las inteligencias artificiales, por más útiles que sean, corren el riesgo de reforzar el sesgo de espejo, de devolvernos solo aquello que ya somos o pensamos. Y eso puede ser cómodo, pero también empobrecedor.

El reto no es renunciar a la tecnología, que me encanta, sino no perder la capacidad de asombro ante lo distinto, de diálogo con lo que incomoda. Tal vez la inteligencia más humana siga siendo la que se atreve a escuchar lo que no quiere oír.

Ten una mente abierta, exponte  a perspectivas diferentes, activa tu neuroplasticidad, ampliando la red de conexiones sinápticas. Pensar con otros, no iguales sino distintos, mantiene el cerebro vivo y el alma despierta. 

Recordad a Lippmann cuando decía que “cuando todos piensan igual, ninguno piensa.”

Deja un comentario