Es curioso leer, casi en la misma página, que un porcentaje altísimo de los medicamentos que consumimos no nos producen efecto y que, en otros países, los médicos prescriben paseos por la naturaleza para recuperar la salud, sobre todo la mental.
Nos gusta la ley del mínimo esfuerzo. Buscamos en el botiquín antes que en el zapatero. Es más cómodo abrir una caja que atarse las zapatillas, más fácil creer que el alivio viene de fuera que asumir que parte de nuestra curación depende de nosotros. Esa comodidad tiene un precio, nos acostumbra a ser espectadores pasivos de nuestra propia vida.
Caminar no necesita explicación ni inversión. No exige un horario ni una meta, solo decisión. Cada paso estimula la producción de endorfinas, baja los niveles de cortisol y activa regiones cerebrales vinculadas a la creatividad y al equilibrio emocional. La ciencia lo ha demostrado una y otra vez, pero a menudo lo olvidamos entre pantallas, excusas y urgencias.
Caminar también ordena los pensamientos. Puedes hacer llamadas, tomar decisiones o simplemente dejar que las ideas se acomoden solas. El cuerpo se mueve y la mente, sin darse cuenta, se despeja.
La próxima vez que busques alivio en una pastilla sin diagnóstico, prueba a darte un paseo. No para negar la medicina, sino para recordar que el cuerpo también cura cuando lo dejamos respirar. No esperes a que el médico te lo recete. La naturaleza lleva siglos ofreciendo la dosis perfecta, gratuita y sin contraindicaciones.
Al menos anda veinte minutos al aire libre activa la corteza prefrontal, reduce la rumiación y mejora la conectividad entre las áreas del cerebro asociadas a la calma y la claridad mental.


