Pocas cosas me han provocado tanta emoción como la creatividad. Es una energía que me empuja a mirar el mundo con ojos nuevos, a conectar ideas que parecían no tener relación y a descubrir belleza en los lugares más insospechados. Admito que me ha vuelto adicta a la curiosidad, al cambio y a la novedad, pero a cambio me ha regalado algo inigualable, esos momentos “ajá” en los que el corazón se acelera, los ojos brillan, todo encaja y el alma sonríe.
Me interesa cualquier campo, porque todos pueden dialogar entre sí. Políticas públicas, ciencia, moda, decoración, desarrollo personal, tecnología…Todo sirve para llenar ese baúl interior que se convierte en un laboratorio de ideas vivas. Sin embargo, esta efervescencia también necesita su contrapunto, el silencio. Es en el silencio que creo a veces, es donde las piezas se ordenan y las intuiciones se transforman en claridad. Meditar también me ayuda a frenar la divagación y a separar el ruido de la esencia.
La creatividad me emociona tanto que he decidido compartirla, acompañar a otros a reencontrarse con ese poder innato que todos tenemos. Lo domesticamos para encajar en una sociedad que no siempre lo valora, pero sigue ahí, esperando ser despertado.
Pensar no es dar vueltas a lo mismo. Eso es rumiar. Crear es expandir, explorar y conectar. Para ello necesitamos un entorno que inspire y una mente abierta. Si quieres empezar, mira tu contexto, revisa tus espacios y las personas que te rodean. A veces, cambiar el aire es el primer paso para volver a crear.


