Vivimos con la mirada hundida en una pantalla. Bajamos la cabeza cientos de veces al día para revisar el móvil, responder mensajes o distraernos del silencio. Pero ese gesto, tan cotidiano y aparentemente inocente, está cambiando no solo nuestra postura, sino también nuestra forma de sentirnos.
Cuando inclinamos el cuello hacia abajo, el peso que soporta se multiplica. Lo que pesa unos cinco kilos en posición neutra puede llegar a ejercer una presión de más de veintisiete kilos sobre las cervicales. Los músculos del cuello, la mandíbula y la espalda se tensan, los hombros se encogen y el rostro se relaja hacia abajo, proyectando cansancio o tristeza incluso cuando no la sentimos. Con el tiempo, esa posición constante puede generar lo que los fisioterapeutas llaman text neck, el cuello del móvil, acompañado de dolores de cabeza, rigidez y pérdida de movilidad.
Pero más allá del cuerpo, hay algo más sutil. La postura comunica y moldea el estado emocional. Mirar hacia abajo reduce la confianza, el contacto visual y la capacidad de conexión. Nuestro cerebro interpreta esa posición como señal de sumisión o abatimiento y responde activando circuitos relacionados con la tristeza o la falta de energía.
Levantar la cabeza no es solo cuidar la postura, es un acto simbólico. Significa mirar el mundo, respirar más profundo y recordar que hay vida más allá de la pantalla.
Si necesitas ponerte una alarma o anclar esta alerta con algún movimiento, hazlo. Si consigues elevar la mirada y abrir el pecho estimulas el nervio vago y la liberación de dopamina, mejorando la concentración, el ánimo y la percepción de bienestar.


