Hace miles de años, en las orillas del Nilo, vivía Neferu, una joven escriba al servicio del templo de Thoth. Cada día, al salir el sol, copiaba con esmero las enseñanzas sagradas en papiros, pero en su corazón crecía una sombra: sentía que nadie valoraba su trabajo. Los sacerdotes no la miraban, los discípulos pasaban de largo y su nombre nunca era pronunciado en los rituales.
Un día, molesta y triste, decidió dejar de escribir.
Esa noche, soñó que caminaba por un templo vacío, y en sus paredes no había ni una sola palabra. Un anciano de barba blanca le habló:
—Cuando las palabras del alma dejan de fluir, la sabiduría se convierte en polvo. No escribes para ser vista, Neferu. Escribes para que otros vean.
—Pero nadie agradece —dijo ella.
El anciano sonrió.
—¿Tú lo haces?
Al despertar, Neferu salió al alba y comenzó a agradecer. Al barquero que cruzaba el río. A la mujer que limpiaba el templo. Al anciano que barría la entrada. Y también a sí misma, por no rendirse.
Con cada agradecimiento, sentía cómo algo dentro de ella se encendía.
Semanas después, alguien dejó flores en su escritorio. Luego un joven discípulo se le acercó:
—Gracias por escribir lo que leí anoche. Me dio esperanza.
Y entonces comprendió: el agradecimiento no es una respuesta… es una siembra.
La gratitud que das hoy es la luz que vuelve a ti cuando más lo necesitas.
Os dejo este cuento para reflexionar sobre la importancia de Agradecer es una forma de escribir belleza en los corazones, incluso cuando nadie mira. ¿ Tú lo haces?
Pues que sepas que, quien agradece… florece.


