Para alguien que quiere sacar sus propias conclusiones escuchando todas las versiones el mundo se han convertido en un infierno. Primero para separar los hechos de lo inventado y después no desesperar entre la guerra entre unos y otros, sin reparar en cuestiones de sentido común.
Aún así todos vivimos rodeados de información y opiniones. Nos cruzamos con ideas distintas a las nuestras cada día. Y sin embargo, cada vez escuchamos menos. No porque no tengamos oídos, sino porque nos cuesta aceptar que podríamos estar equivocados.
Este fenómeno se llama sesgo de confirmación, esa tendencia del cerebro a buscar, procesar y recordar solo aquello que refuerza lo que ya creemos. En el fondo, ignoramos lo que desafía nuestras ideas, no porque no sea cierto, sino porque resulta incómodo.
En un mundo tan polarizado, esto se vuelve un peligro real ser objeto de burdas manipulaciones para que todo siga igual. Si no somos capaces de escuchar a quienes piensan diferente, si nos cerramos al diálogo, lo único que conseguimos es encerrarnos en burbujas que no reflejan el mundo, sino solo nuestros miedos y certezas.
Ocurre que cuando escuchamos un argumento contrario, nuestro cerebro entra en “modo defensa”. El área encargada del razonamiento lógico se desconecta y activa el sistema límbico, el de las emociones. Lo tomamos como un ataque personal. Pero si aprendemos a reconocer este mecanismo y calmarnos, recuperamos la capacidad de razonar con apertura.
Escuchar de verdad no significa ceder. Significa aprender. Porque incluso si no cambiamos de opinión, entender al otro nos hace más fuertes, más sabios y más humanos.
Aunque hoy no hay sido el mejor día, la próxima vez que sientas rechazo automático ante una idea u opinión diferente, respira. Escucha. Pregunta. Ahí empieza el pensamiento crítico. Ahí empieza el verdadero liderazgo de uno mismo.


