Nuestra relación con la moda se ha vuelto tóxica cuando dejamos que ponga el foco en un solo tipo de cuerpo. Lo verdaderamente interesante de la moda nunca fue la perfección sino la creatividad. No es una talla lo que nos define sino la intención. Esa pierna que se ve, ese gesto de color o esa silueta inesperada hablan más de lo que queremos transmitir que de lo que queremos ocultar.
La moda no va de belleza sino de atracción. No va de delgadez sino de seguridad. No va de tapar debilidades sino de mostrar orgullo. Cuando nos reconciliamos con esa idea entendemos que vestir no es disfrazarnos de una versión aceptable sino mostrarnos con fuerza.
A veces creemos que usamos la ropa como terapia pero lo que realmente nos daña son esas compras impulsivas que terminan restando libertad. La creatividad se pierde entre prendas que no amamos y que solo sirven para llenar huecos emocionales. Así se crea un armario lleno de culpa y de distancia, un lugar que nos aísla de lo que somos en lugar de ayudarnos a expresarlo.
Cambiar nuestra relación con la ropa es cambiar la relación con nosotros mismos. Es dejar de pelear con el cuerpo y empezar a escucharlo. Es abandonar el juicio y recuperar la presencia. Son muchos años soportando una violencia silenciosa que ha debilitado nuestra seguridad. Por eso es urgente rebelarnos.
Es momento de apoyarnos, de mirarnos sin miedo y de volver a vestirnos con intención. Que la creatividad sea visible. Que nuestra fuerza se note. Que dejemos atrás las chaquetas negras que esconden y volvamos a elegir lo que nos sostiene. Porque cuando la moda recupera su libertad también lo hacemos nosotros.


